Estoy en la cama. Está nublado, feo y ayer me resfrié. Mis neuronas están adormecidas, y aunque muero de ganas de un post de caracter violentamente sexual, no tengo fuerzas ni para pensar, si es que para pensar se requiere fuerza.
Así que aquí viene mi refrito.
Amo a David. Lo amo desde el primer día que lo ví. Nos conocimos por casualidad una tarde calurosa de verano mientras yo paseaba por Firenze. Ya había visitado las joyerías del Pontevecchio sin comprar nada, pues no me consolaban en ese momento los brillantes, ni las amatistas ni los rubíes. Ahí de pie, erguido, solitaro, tranquilo, parecería que me hubiera estado esperando. Confieso que me ruboricé cuando lo ví; es cierto que hacía mucho calor pero no sé si me hubiera atrevido a desnudarme.
Primero nos miramos fijamente. Sos ojos mostraron miles de expresiones diferentes; los mios se centraban en su físico. Me sentí intimidada ante tan esbelta figura. Que notara mi presencia me hacía sentir como una diva de Hollywood con vergüenza. Tímidamente, tratando de que no notara mi sofoco lo rodeé dando pequeños pasos, sin tocarlo.
Admiré las redondeces de su culo y la perfección muscular de su espalda. No era un patovica ni mucho menos. Su cuerpo irradiaba ante todo armonía. Adoré su pancita con abdominales escondidos mientras me relamía pensando en las mil y una maneras de besarla. Entre los dos había un silencio pasmoso que dejaba lugar a los pensamientos más ratoneros. Mientras más lo miraba, más lo quería poseer.
Me cautivaba su mirada penetrante e iracunda, su aspecto de macho recio aunque apenas sostuviera una gomera en su mano; la seguridad que tenía en sí mismo de quedarse de pie, tan expuesto, tan atractivo. Sentí el impulso de pasar mis dedos por entre sus rulos, bordear esas orejas tan perfectas con mis labios, pero me contuve. Ansiaba besar esos labios carnosos que yo no lograría tener ni con todo el Botox del mundo.
Si cerraba los ojos imaginaba que nuestras manos se entrelazaban. Las noté un poco grandes pero... mejor!!! Con un solo movimiento me acariciaría todo el cuerpo. Llegué a creer que me rodeaba con sus brazos fuertes y largos.
Me hubiera quedado horas mirándolo, admirándolo, deseándolo. Estaba envuelta en una ensoñación maravillosa. Sólo faltaba poder olerlo para completar el éxtasis. Una brisa cálida me sacó de mi letargo. Ahí lo noté. Un detalle, "un pequeño" detalle. Tan pequeño que tuve que agudizar mi vista para verlo.
Entre sus piernas colgaba apenas un pene digno de un niño, no de semejante perfección de hombre. Lo primero que intenté fue imaginarlo erecto, duro, viril. No tenía mucha idea de cuánta elongación peneana podía tener un miembro. Luego de un largo rato de cavilaciones comprendí que igual lo amaba, que en verdad no importaba el tamaño sino que me hiciera felíz. Porque si mi David lo tenía pequeñito por algo sería. Sería que sus inmensas manos harían maravillas en el cuerpo de una mujer; acariciarían con ternura. Que sus carnosos y apetecibles labios guardarían una lengua que lamería con dulzura y gentileza los muslos; que esos brazos sostendrían con fuerza y a la vez con amor... Y esos ojazos mirarían con tanta pasión y profundidad que una se sentiría coquetamente invadida por dentro. Y comprendida.
Así bien: y qué?
Pequeño es hermoso.